Propósitos de mierda

Mad Men

A partir de mañana me pongo a dieta, me apunto al gimnasio, voy a llamar a todas las puertas posibles, empiezo a estudiar un nuevo idioma, me (re)apunto a la autoescuela, le devuelvo la sonrisa al panadero y retomo mi maldito blog. Así, todo de golpe. Pero mañana ¿eh? Y la culpa la tienen Peggy Olson y Louis C.K..

El sábado pasado, en plena víspera de mi cumpleaños, tuve la maravillosa idea de acabar el día viendo The Strategy, el séptimo episodio de la séptima temporada de Mad Men, y el tan cacareado So Did the Fat Lady perteneciente a la grandiosa cuarta temporada de Louie.

A algunos los retos les motivan. A mí, me paralizan. Por miedo he dejado de intentar muchísimas cosas y ahora que, como Peggy, me he convertido en una de esas mujeres que mienten sobre su edad, miro hacia atrás y me mata darme cuenta de la cantidad experiencias que me he perdido — buenas, malas o regulares, da igual–. Si me diesen la oportunidad de viajar en el tiempo en el Delorian me daría de hostias.

 

Peggy se pregunta qué ha hecho mal para no tener una família de anuncio, ella, que ha conseguido hacerse un hueco a base de talento en un mundo dominado por hombres. Peggy, nena, si tú te sientes mal ¿cómo deberíamos sentirnos las que, como yo, ya ni lo intentan? A mi, como a Don, lo que me preocupa ahora es comprobar que, por no haber hecho nada, ahora no tenga nada ni a nadie. Así de triste. Por cierto, cómo me gusta volver a ver a estos dos emborracharse juntos.

Pero con esto no tuve suficiente, no. Me puse Louie para animarme, visionaria de mí, y de repente me encuentro con la secuencia más dolorosamente sincera de la historia de la televisión. Sin exagerar. Y viene de un tipo gordo y calvo que en su serie sale con pivones –la mayoría están medio locas, eso sí– y a diferencia de lo que sucedió en su momento con Lena Dunham y Patrick Wilson en Girls, nadie se ha planteado jamás lo inverosímil que es, ni falta que hace.

 

Estoy por llevar siempre en el móvil este fragmento para ponérselo cada vez que alguien intente quedar bien conmigo. ¿Has adelgazado? ¡Qué bien te queda! ¡Pero qué guapa estás! No, no he adelgazado, no, no me queda bien, parezco una morcilla de Burgos y no, nunca en mi vida he estado guapa ¿pasamos a otra cosa o prefieres que te arranque de un mordisco la nariz y la cocine en pepitoria alla Hannibal?

Al acabar, como comprenderéis, me quería morir. Me sentía como si Marshall Eriksen me hubiese dado dos bofetones con la mano abierta. ¡Zas! Por cobarde. ¡Zas! Por gorda. Y una colleja de propina por imbécil ¡Zas! A ver si despiertas de una puta vez.

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